domingo, 15 de octubre de 2017

Ausencias


Lluvia y sombras. Félix Prieto, Lucía. (Rockwood Conservation Area, Canadá; 2017)

Prometo que llegará el día en el que no me consuma tu marcha,
que cese la búsqueda de tu sombra entre mis sábanas,
el tacto gélido de tus dedos entrelazados con los míos,
el abrigo que me ofrece tu ausencia.

Dejaré de pensar en cómo la distancia entre dos cuerpos inertes puede hacerse infinita en noches de insomnio,
y desecharé la idea de conservarte en ellas; pues tener a alguien solo en sueños es como un vaso medio vacío,
o vacío del todo...
No es más que una ilusión que se esfuma.

No habrá poema de Neruda que me recuerde a tu mirada,
ni canción que se me resista a enlazarla con suspiros.

Volveré a estar completa, como siempre lo he estado. Pero aún es pronto.
El olvido se hace de rogar, y más cuando el dolor lo acompaña de la mano.

miércoles, 24 de mayo de 2017

"Toda esa puta electricidad era una mentira más"


Mentiras y ficciones eléctricas. Félix Prieto, Lucía. (Sala París 15, Málaga; 2017).

Ficciones.
Nuestra vida está llena de ellas.
Las necesitamos para continuar errantes en este mundo, donde las injusticias reinan la corona de la soberbia y el egoísmo.
Ficciones que no se materializan; o sí lo hacen, pero en forma de lágrimas o cristales punzantes.

Comenzando por la ficción más grande jamás creída: la idea de Dios.
Debe morir, decía Nietzsche; y únicamente tras su entierro, el hombre podrá madurar y prosperar.
Qué razón tenías, amigo nuestro.
Dios, quien solo existe en los pensamientos equívocos de pobres esperanzados.
En la psique de aquellos que necesitan inventar ficciones para asegurar su camino en la espesa niebla que nos recubre. (Eh, pero, ¿eso no éramos todos?)

Y como esa, muchas otras.
Son infinitas las ficciones que nos gobiernan.
Como los sentimientos: el amor, la tristeza...

¿Y la felicidad? ¿No es también una ficción? En efecto.
Son destellos que se disipan en nuestro oscuro universo.
No hablo de imposibilidad, pero sí de efímeros y oníricos momentos.
De ficciones, al fin y al cabo.

De eso trata todo en realidad.
Ficciones, tan absurdas como necesarias.
Que inundan nuestras vidas de mentiras. Mentiras que nosotros asimilamos como ciertas.
¡Qué bien se nos da mentirnos a nosotros mismos!

En el fondo, os(nos) comprendo.
Puede que esa sea la única forma de subsistir en este penumbroso mundo terrenal...


Sí, Leiva, toda esa puta electricidad era una mentira más.

domingo, 7 de mayo de 2017

Música, arte, vida

La magia del Poeta Halley. Félix Prieto, Lucía. (Sala París 15, Málaga; 2017).

   Dicen que, hasta que no escuchas un grupo de música en directo, no comprendes lo especial de sus canciones, la importancia de cada uno de los acordes, el significado de sus letras, lo que verdaderamente transmiten, desde una perspectiva mucho más profunda. Bueno, he de reconocer que eso del dicen es mentira; soy yo la que lo dice. Antes de este concierto, Love of Lesbian era solo un grupo alternativo más. No estaba mal, de hecho, me gustaban bastante; pero oye, las canciones eran algo extrañas. Y las letras... ¿Incomprensibles? Llenas de metáforas sin sentido, elementos indescifrables, correlaciones que no tenían a veces ni pies ni cabeza... O eso pensaba.


   Fue comenzar Cuando no me ves y algo se movió dentro de mí. No sé describirlo exactamente. Quizás sería la emoción por adentrarme en algo nuevo, en un viaje astral por el que me conducirían sus canciones. Y así fue. Durante las más de dos horas de concierto no pude más que sumergirme en sus sonidos, sus recitales de poesía. A lo largo de esos efímeros minutos, me hicieron olvidarme de todos esos complejos asuntos que se esconden en los compartimentos de mi mente, sitios en los que solía gritar. Sí, de repente, desaparecieron. Desde luego, puedo afirmar que, aquella noche de viernes, la Luna nos dio el premio que tanto merecíamos: escucharlos (y sentirlos, tan cerca).


   Y creía que ya se iban, finalmente, pero volvieron. Y volvieron con lo más bonito de su discografía: El Poeta Halley. Necesitaba escuchar esa canción en directo. Fue la que dio origen a todo. Y lo hice, al fin lo conseguí. Y fui feliz, no os imagináis tanto. Creo que suena algo estúpido, pero me sentí especial, estando allí, en ese momento, escuchando esa canción especial en vivo, con el grupo a escasos metros de mí, y decenas de personas a mi alrededor que, posiblemente, estaban experimentando algo similar a mí. Me sentí viva. 


   Llegué a comprender lo especial de sus letras, lo que querían transmitir con cada una de ellas. Con tan solo mirar la expresión de Santi, sus movimientos, el énfasis de los músicos, los apuntes antes de comenzar las canciones que más significaban para ellos... Todo, todo me hizo comprender que Love of Lesbian es uno de los mejores grupos nacionales del panorama musical actual, Que sus letras son pura fantasía y sentimiento: hacen viajar, llorar, reir, perderse entre pensamientos, y, sobre todo, consiguen emocionar. Y qué cosa más bonita que el hecho de que el arte de unas palabras combinadas con una preciosa melodía te hagan sentir cosas sin suponer algo material, en este mundo tan superficial y absurdo en el que nos encontramos. Porque no hay tampoco nada más bonito que alguien se desnude de esa forma tan profunda (hablando en un sentido metafórico), y puedas sentir como cada una de sus palabras penetran dentro de ti.


    La conclusión que extraigo de toda esta experiencia que he intentado expresar con palabras es la siguiente: 
Si nos quitan el arte, nos quitan la vida. 
Y no hay arte más bonito que el que se puede transmitir de persona a persona, a través de la música. 



A ti, Santi Balmes, te pido: no dejes de hacer poesía.
Eres el mago que encontramos cuando miramos los ojos. Y, si no hay mago, no hay magia.
No dejéis de acompañar versos llenos de metáforas con melodías.
No dejéis de hacer magia.
Nunca, nunca dejéis de hacer arte.
Porque, por muchas pocas putas ganas de seguir el show que se tengan, como diría el gran Freddie Mercury: 'show must go on'.



Y ahora puedo afirmar, de verdad, que me habéis ganado. 
Os habéis ganado mi voz, mis palabras, mi corazón... 
Ahora yo también soy otra fan de John Boy.


Y...
"Como un día me dijo el poeta Halley, 
Si las palabras se atraen, que se unan entre ellas 
Y a brillar, que son dos sílabas"


   Pero, eh, por qué no compartir, ya que estoy con la referencia a las canciones, un poema (o más bien prosa poética, pues es algo torpe con las rimas) que habla de una chica que era a la vez Oniria e Insomnia, aquella que soñaba, y quizás dormía sin saber:

"Oniria e insomnia,
el poema de las contradicciones.
Como la escritora de estos versos.
Oniria de día, insomnia de noche.
Soñar despierta, despertar soñando.
Dormir inquieta, atemorizada por las pesadillas;
o no dormir, y permanecer horrorizada por la realidad.
Nunca quiso asumirlo, y, por ello, se refugió en sus sueños.
En el sentido metafórico y literal de la palabra.
Soñaba con volar, con huir del mundo y de la vida.
Pero no dormía.
Lo consideraba una pérdida de tiempo.
Pero, cuando despertaba, solo quería dormir.
Llegó incluso a desear dormir para siempre,
sumergirse en un sueño eterno,
fusionarse con Oniria y abandonar a Insomnia.
Pero sabía que la echaría de menos.
Se sintió culpable, y volvió con ella.
Pasó noches en vela abrazando a Insomnia, 
en medio de la oscuridad de sus pensamientos.
Esta le acariciaba el pelo, la consolaba.
Y Oniria observaba en silencio, recelosa.
No podía decidirse por una o por otra.
Quizás fuera Oniria, quizás Insomnia.
Quizás una mezcla de ambas.
Una contradicción.
La de vivir soñando, y morir durmiendo.
Y viceversa"
Atte: la chica de las contradicciones

GRACIAS.




domingo, 26 de febrero de 2017

"Somos solitarios permanentemente en contacto"


Digitalización vital. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2017).


     Tenemos la necesidad de contar en todo momento lo que hacemos y con quién lo hacemos, de mostrar cómo nos sentimos en forma de limitados caracteres. De revelar qué nos gusta y cómo nos gusta, como si alguien fuera a tenerlo en cuenta. De dar nuestra opinión acerca de cualquier tema, incluso de aquellos sobre los que no tenemos ni idea, sin que nadie nos pregunte. De sentirnos escuchados (o leídos), aún sabiendo que probablemente sea a un porcentaje muy bajo de la gente que nos está leyendo al que verdaderamente le interese todo lo que relatamos. De colgar fotos de cada fiesta, cada encuentro con nuestros amigos, etc, como si necesitáramos mostrar al mundo que no estamos solos, que somos sociables, extrovertidos, divertidos, alegres... Sí, por qué no admitirlo, tenemos la necesidad de aparentar que somos quienes no somos en todas nuestras redes sociales.

     ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué lo hacemos? ¿Por qué no paramos de subir a Internet fotografías que dan constancia de lo "felices" que somos (aunque, y está más que demostrado, en ciertas ocasiones estas no sean sino mera apariencia)? ¿Por qué tenemos la necesidad de acercar nuestra experiencia vital a conocidos (que no amigos) y extraños, cuando debería ser algo personal e íntimo? Da la sensación de que nuestra vida no podría existir si no estuviera digitalizada, como si fuera condición sine qua non que cientos, miles o millones de personas tengan acceso a nuestros recuerdos para hacerlos reales... Parece como si el hecho de reservar aspectos de nosotros mismos y no hacerlos públicos en las redes nos anulara como personas.

    ¿Qué se encuentra detrás de todo ello? Una soledad inmensa. Ya lo dijo Zygmunt Bauman: "Somos solitarios permanentemente en contacto". Las redes sociales nos consumen, nos aniquilan, nos reducen a meras apariencias.

     Ahora decidme que no es triste quedar con un grupo de amigos y que no paren de interactuar con sus teléfonos móviles en vez de entre ellos. Que sustituyan el calor humano por el calor digital. Que se pierdan las sonrisas compartidas y se conviertan en emojis que se envían a través de WhatsApp. Que las cartas escritas a mano hayan sido sustituidas por mensajes largos que se leen detrás de una pantalla, y que las palabras más sinceras que se pronunciaban mirando a los ojos, fijamente, sean ahora indirectas resumidas en 140 caracteres que flotan en la nada. Decidme que no os da pena ver cómo todo contacto entre personas queda reducido a una mera interacción digital, y que los abrazos, los besos, o cualquier demostración de amor (y no hablo solo de pareja) pierda valor por un insignificante "no me contestaste al WhatsApp y ví que estabas en línea".

     Cada vez somos más las personas que nos estamos quedando sin vida por culpa de las redes sociales. Ha llegado un momento en el que no somos capaces de disfrutar de nada de verdad, porque estamos más pendientes de hacer que los demás vean que lo hacemos que de verdaderamente entregarnos a ello. Ya no experimentamos las cosas, ahora las publicamos, y ya luego, si eso, nos paramos un segundo a ver qué ocurre. No apreciamos nada. Absolutamente nada. ¿Sabéis? A veces envidio a un amigo mío, que no necesita las redes sociales para vivir. Cada vez son menos las personas como él, que son capaces de subsistir sin permanecer eternamente conectados a la red, sin publicar todo lo que experimentan, sin dar constancia de cómo se sienten a gente que no conocen (sin embargo, prefieren hacerlo en persona, con gente de confianza, ¡qué descubrimiento más útil!).

Creo que, después de leer todo esto, hay algo que queda claro, y es lo siguiente: 

Merece la pena pararse a pensar, y darse cuenta de que la vida real no se encuentra detrás de una pantalla.

Yo he decidido desintoxicarme un poco de las redes sociales. Hazlo tú también. 
No dejes que la tecnología determine quien (no) eres.

viernes, 27 de enero de 2017

¿Son necesarias las etiquetas?

   
Enmarcar la belleza. Félix Prieto, Lucía. (Álora, Málaga; 2017).


   Estamos obsesionados con poner(nos) etiquetas. En esta sociedad, desde que nacemos ya nos asignan una etiqueta determinada. "¿Es niña? ¿O niño?"(¡No vaya a ser un alienígena!). "Pero qué niña más guapa tienes". "¡Vamos a comprarle un pijamita rosa! ¡Y una cuna rosa! ¡Y un chupete rosa!". La niña se hace mayor. Le regalan muñecas, y posteriormente vestidos, tacones, la apuntan a clases de baile (de forma forzada), la enseñan a depilarse y a pintarse, a sacarse partido a su explosiva feminidad... Pero, ¿qué ocurre cuando esa niña crece y se da cuenta de que no encaja en la etiqueta que le han asignado? ¿Que no es el producto perfecto y femenino que intentaban crear? Que cuando le regalaban muñecas, ella quería videojuegos; que siempre ha odiado la depilación y maquillarse, porque opina que es una pérdida de tiempo; que es horriblemente patosa para el baile y lo odiaba, y que hubiera preferido apuntarse a algún deporte, como el atletismo. La niña calla, calla y retiene, para evitar el conflicto. Porque quizás no encaja en el rol del género femenino que le fue asignado al nacer, pero oculta esta insatisfacción, ya que conllevaría el aislamiento, la apartaría de sus seres queridos. Porque incluso puede que no se considere mujer, sino que se identifique como hombre, o como ambos, o como ninguno de ellos. Quizás solo quiere ser ella misma. Quizás solo quiere ser una persona.

   Cada vez que leo más acerca del tema, me encuentro con millones y millones de etiquetas nuevas, en cuanto a géneros, sexualidades, tipos de personalidad... Formas de clasificar a una persona según sea de una forma u otra. Aunque el propósito pueda ser considerado bueno y válido, quizás deberíamos analizar el trasfondo. Estamos subordinándonos a ser marionetas del sistema; porque, si lo pensáis un poco, etiquetar... Se etiqueta a los productos. Les conviene que estemos preocupados por "definirnos", por saber en qué cajón meternos, mientras ellos hacen con el mundo lo que les conviene. Y, en cierto modo, les favorece el individualismo que nos invade. Claro que les favorece. Porque, muchas veces, el hecho de centrarnos tanto en nosotros mismos, en quiénes somos y qué somos, nos hace olvidar que hay mundo más allá de nosotros, y que quizás todo iría algo mejor si dejáramos de preocuparnos por encontrar nuestra etiqueta, con la que marcarnos de por vida, y nos empezáramos a interesar por asuntos que abarcan al resto de seres. Puede que no seamos tan importantes como pensamos, al fin y al cabo, y que la clave no esté en adscribirnos a un grupo de la sociedad, en unirnos a uno de los diferentes subgrupos de la masa, sino a luchar en conjunto por un mundo mejor.

  Sin embargo, voy a contradecirme a lo señalado anteriormente. Admito que, muy a nuestro pesar, las etiquetas son necesarias en un sistema como el nuestro: heteropatriarcal, capacitista, especista..., donde etiquetarse supone adscribirse a una lucha que motiva el cambio. No obstante, etiquetarse también significa limitarse. Todo sería mucho más sencillo si simplemente pudiéramos ser nosotros mismos, sin necesidad de encasillarnos en un rol o característica determinados. Por ello, hemos de luchar por eliminar los roles de género, el etiquetado inconsciente pero forzado, el "si te consideras 'x', debes ser de tal forma", la estúpida necesidad de atribuirnos cualidades que tal vez no tenemos por tal de encajar. Crear un sistema tolerante en el que cada persona puede ser exactamente como quiera ser, sin ser discriminado por ello, ni necesitar clasificarse como 'x' o como 'y'. Cada persona es un mundo, un mundo complejo y apasionante, imposible de catalogar en un tipo determinado.

   Deseo, espero y creo firmemente que llegará un día en el que las etiquetas no nos hagan falta, y que podamos hablar de nosotros como personas, seres individuales y completos, aun con la dificultad que eso suponga. Y poder decir:

Hola, soy Lucía, mujer, cisgénero y bisexual, encantada. 
Hola, soy Lucía, una persona que se enamora de personas, encantada.

miércoles, 25 de enero de 2017

Las palabras (no) se las lleva el viento


Florecer. Félix Prieto, Lucía. (Álora, Málaga; 2017).


   Imagina que te proponen que cierres los ojos, que te concentres y relajes, sumergiéndote en tu propio mundo de pensamientos. Entonces, imagina que te plantean que vuelvas al momento en el que alguien pronunció palabras hirientes en tu contra, que calaron en lo más hondo de ti. Sí, piensa en esas palabras, aunque duelan (y no precisamente poco). Lo notas, ¿verdad? Es como si esas insignificantes palabras se hubieran quedado clavadas en tu memoria, como si aún pudieras sentir el daño que te ocasionaron. Ahora, imagina que te plantean exactamente la situación contraria, y que debes recurrir al recuerdo de palabras que te hicieron feliz, que en el transcurso de dicho discurso te hicieron sentir una persona afortunada. Sí, veo la sonrisilla tímida que se dibuja en tu rostro. Es increíble el efecto duradero de las palabras...

   Es triste darse cuenta de las mil y una palabras que se quedan sin decir, aunque detrás de ellas haya existido el motor que trataba de impulsarlas. Llámalo deseo, llámalo ganas, llámalo amor... Llámalo como quieras. Seguro que también puedes pensar en una situación en la que las palabras se hayan refugiado, tímidas, en tu garganta, y tus cuerdas vocales no hayan podido generar los vocablos del miedo. ¿Por qué sucede esto? Porque pensamos en términos de imposibles en vez de improbables. Pensamos que no somos lo suficientemente buenos, lo suficientemente guapos, lo suficientemente listos... Lo pensamos tanto, que acabamos siendo suficientemente idiotas. ¿Qué es lo que marca qué es "suficiente" y qué no? O, mejor dicho, ¿quién? La respuesta correcta es: tú mismo. 

   Es cierto que no somos únicos en el mundo, pero también es cierto que no hay nadie como nosotros. Suena a paradoja, y en cierto modo lo es. Pero estoy segura de que nadie, en este mismo momento, está sintiendo lo que yo siento, ni ha vivido lo que yo he vivido, ni guarda las palabras que guardo yo, y que en este momento estoy dejando al descubierto. Por ello, todos debemos pronunciar nuestras palabras. En toda clase de situaciones. La comunicación es poderosa, y es nuestra mejor arma. Decid todo lo que llevéis dentro, venced vuestros miedos, vuestra indecisión... Y dejad que venzan las ganas. Todos tenemos algo que decir.

Al final, todo se trata de eso: palabras. Pero... ¿Las palabras no se las llevaba el viento? 
Y una mierda.

Gracias, Jesús.

jueves, 19 de enero de 2017

La interpretación de los sueños


La noche más oscura. Félix Prieto, Lucía. (Roma, Italia; 2016).


   Haciendo honor al título de mi blog, El viaje onírico del pensamiento, he decidido escribir una entrada que nada tiene que ver con lo anteriormente publicado. Hoy vengo a hablar de sueños. Pero no de sueños en cuanto a su acepción más utilizada, que tiene que ver con los deseos vitales de cada uno; sino con su significado más abstracto, con ese conjunto de situaciones que "vivimos" mientras nos encontramos entre los brazos de Morfeo. 

   El adjetivo 'onírico', del griego ὄνειρος, (óneiros),"sueños", designa a todo aquello vinculado a las imágenes, sonidos, situaciones... que experimentamos cuando soñamos, al dormir. En otras palabras, como lo definiría la RAE, los 'sucesos o imágenes que se representan en la fantasía de alguien mientras duerme'. En todo momento se habla de fantasías y no de vivencias, pero... ¿Dónde se encuentra realmente el límite entre lo real y lo onírico?

   Quizás esto no sean más que los delirios de una loca freudiana, pero apoyo profundamente la tesis defendida por el padre del psicoanálisis, quien afirmaba que los sueños no son sino manifestaciones de las emociones enterradas en el subconsciente. Según él, todo lo que reflejamos en los sueños son deseos que quizás ni siquiera sabemos que poseemos, anhelos reprimidos, frustraciones, miedos, 'deformaciones oníricas' de todo aquello que nuestro subconsciente ansía o teme. Cada sueño, por extravagante que parezca, aunque se asemeje a un supuesto sinsentido, posee su significado, que podemos obtener a través del análisis y del "método descifrador"; y así lo refleja Sigmund Freud en su célebre obra La Interpretación de los Sueños.

   ¿Y si los sueños no fueran solo sueños? Provienen del subconsciente, de nuestro otro "yo", de un extraño en nuestra propia mente, un nivel de nosotros mismos que no llegaremos nunca a alcanzar. ¿Y si se tratase de recuerdos reprimidos, en ciertas ocasiones, lo que proyectamos mientras dormimos? Esta es mi aportación a la propuesta de Freud. Sería muy posible el hecho de que se nos quiera mostrar aquello que no queremos saber o recordar de nosotros mismos. Es probable que no se trate de las situaciones exactamente como las percibimos cuando soñamos, pero también lo es pensar que los sentimientos (porque sí, en los sueños también sentimos), reacciones o personas y formas de actuar que se nos presentan pueden ser calificados como reales.

   Hoy me he despertado llorando (y no me refiero a unas escasas lágrimas, no). Me he despertado de golpe de un sueño doloroso que parecía tan real que daba miedo. Y es que mis sueños siempre son muy reales, como si de recuerdos que mi mente proyectase se tratara, no de fantasías que mi subconsciente decida trastocar. Además, mis sueños son lúcidos, es decir, puedo interactuar en ellos y decidir qué hacer y qué evitar, así como seleccionar el momento exacto para que desaparezcan. Sobra decir que el hecho de que parezcan tan reales no es sino una tortura cuando se convierten en pesadillas. 

   Pero, a pesar de que comparta fielmente la opinión de Freud acerca de que los sueños tienen más de sueños que de realidad, por muchas manifestaciones del subconsciente que sugieran, no puedo evitar sentirme inquieta a la hora de interpretar lo "vivido".

Al fin y al cabo, son solo sueños... Pero quién sabe si algún día podrían hacerse realidad. O quizás ya lo hayan sido.

sábado, 14 de enero de 2017

"Vida, dulce trampa mortal"


Alarma de autodesconocimiento. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).


   Todos los seres humanos poseemos una tendencia natural a optar por la autodestrucción. De entre los miles de caminos que podemos escoger, nos inclinamos por la opción que más daño es posible que nos haga. Y lo sabemos, claro que lo sabemos; pero nos decantamos por ello de igual manera. ¿Qué sentido tiene? Ninguno. ¿Somos estúpidos por naturaleza, entonces? Lo dudo. Lo que ocurre es que resultamos ser lo suficientemente ingenuos como para nublar dicha opción nociva, autoconvenciéndonos de que quizás sea lo que debemos hacer; lo que realmente queremos, lo que pensamos que va a poder hacernos felices... No obstante, como ya sabemos de sobra, el dolor y la felicidad no son sentimientos compatibles. Esta última se define como la ausencia de aflicciones; y es, por tanto, antónima del sufrimiento. Pero qué cabeza tan mórbida la nuestra, que decide castigarnos por permanecer semidormidos.

   De repente llega un día en el que miras "tu reflejo" en el espejo y no te reconoces. "¿Quién es este que se ha apoderado de mi cuerpo?". Te sientes desconcertado, deshecho, confundido... "Yo no soy lo que el cristal me muestra", afirmas rotundamente, asustado. Tus ojos lucen derrotados, arropados por unas oscuras ojeras que evidencian el cansancio que arrastras. Tu piel ha perdido color, suavidad... Luz, esa luz de la energía que tanto te caracterizaba. Ahora está mucho más pálida y tersa, más apagada..., como tu luz, igual de extinta.

   Entonces te preguntas qué ha podido suceder... Y en ese mismo instante lo sabes. Sabes que la única causa de extinción has sido tú mismo. Emergen en tu memoria recuerdos de aquellos momentos en los que decidiste darte por vencido aun sabiendo que existía la posibilidad lejana de éxito, por muy mínima que fuera; todas esas veces en las que te odiaste, porque aquello que querías (y que pensabas que necesitabas) estaba "fuera de tu alcance". Cuando tu única solución o vía de escape era el alcohol, beber hasta dejar de ser consciente de tu propia existencia, camuflar momentáneamente tu insatisfacción y tristeza y dejar de recordar quién eras y cuál era tu vida... Todo, todo ello para nada. Para olvidar lo ineludible... Menuda táctica de mierda, con perdón de la vulgar expresión.

   Pero eres consciente de algo más: esto no te ocurre solo a ti. Estás rodeado de máscaras, tras las que se esconden sustancias inertes, quebrantos de ilusiones, humo que se disipa. Todo, o casi todo el mundo a tu alrededor constantemente recurre a vanos procedimientos como los tuyos. Unos se refugian en relaciones tóxicas, otros se aíslan, muchos se entierran bajo sustancias nocivas, drogas de la calamidad. Cada uno de ellos se encierra en su propia burbuja, demasiado atemorizados como para enfrentarse al mundo, que los desafía con garras... La vieja tortura de la inconsciencia. Novios de la muerte.

   Y yo me pregunto: ¿por qué no reivindicar formas de evasión tan bonitas como un abrazo, en vez de entregarnos a armas sutiles de destrucción masiva? Nosotros y nuestra maldita manía de autodestruirnos. Luchemos contra nuestros instintos suicidas.

sábado, 31 de diciembre de 2016

Hasta siempre, 2016


Las lágrimas del otoño. Félix Prieto, Lucía. (Madrid, 2016).


   Del 2016 me llevo muchas cosas... Quizás demasiadas. No voy a mentir y deciros que ha sido un año fácil, sino todo lo contrario. Ha sido el año de la transición, del cambio, tanto personal como social. Uno de los años más difíciles hasta el momento. Ha sido el año de descubrir un nuevo mundo, y de redescubrirme. El año de las lecciones, del aprendizaje forzoso, y de subir a las nubes para luego resbalarme y caer de golpe en el pavimento. No obstante, también ha sido uno de los mejores años de mi vida. El de las casualidades y los descubrimientos. El de la confianza, el amor, la amistad... El año de la esperanza. El de volver a creer en todo y en todos. El de encontrar dónde se encuentra o se puede encontrar mi felicidad. 

   He aprendido muchas cosas a lo largo de estos 365 días. Entre ellas, a ser fuerte. A luchar contra la "yo" que no quiero ser, y a resurgir de mis cenizas. A poder mirarme en un espejo y no querer llorar cada vez que lo hago; a sonreir porque me veo guapa, o porque los demás me ven así (y no estoy hablando de apariencias). A sonreir, en general. A valorar cada uno de los pequeños detalles que día a día se me brindan, ya sean pequeños placeres o acciones provenientes de las personas que quiero. He aprendido... A controlar mi vida. A escribir mi camino y a comenzar a recorrer la senda por el principio. A seguir las señales que se me van presentando, y a frenar cuando es necesario. A pararme y recapacitar. A darlo todo por aquellos que se lo merecen. He aprendido a ser una buena persona, a ayudar a cualquiera que lo necesite, a cambiar las lágrimas de la gente por muecas de alivio. He aprendido que quizás en el lugar menos pensado puedo llegar a encajar con personas a las que coger un cariño inmenso en poquísimo tiempo; y a mantener a mi lado a la gente que siempre me ha apoyado y querido.

   Y hablando de querer... Sobre todo, he aprendido a hacerlo; o, mejor dicho, me han enseñado a ello. Sí, a mí, una persona que no sabía ni quererse a sí misma. He querido y quiero por encima de mis posibilidades. Y ojo, que no hablo solo de amor romántico, que también; sino del amor en todas sus variantes: amistad, familia... He aprendido a valorar todo y a todos los que tengo a mi alrededor. A darlo todo de mí si es necesario para verlos felices, a entregarles mi tiempo y mi dedicación a las personas que sin duda lo harían por mí (a los demás, que les den). A dar abrazos (pero tampoco más de lo necesario, que se pierde el significado). A saber decir "te quiero" sin que me tiemble todo el cuerpo, a transmitir lo que siento en forma de versos, y de besos; a creer en todo aquello que había dejado siquiera de considerar porque un día me hicieron daño. Sorprendentemente, te das cuenta de que el amor no tiene que doler, sino hacerte feliz. Que si da un poco de miedo al principio, es que merece la pena arriesgarse. Y creedme cuando os digo que volvería a arriesgarme una y otra vez.

   ¿Propósitos para el año nuevo? Quizás no tenga ninguno, quizás tenga demasiados como para enumerarlos. Prometo seguir mejorando cada día para convertirme en aquello que quiero ser, cumplir cada objetivo que me proponga por imposible que parezca (recordad, no hay nada imposible si la ambición y las ganas garantizan el éxito), demostrarle a la gente que quiero lo mucho que lo hago, viajar para redescubrirme (y para ayudar a redescubrir), y seguir aportando granitos de arena a mi reloj de la felicidad, que se rellena cada día gracias a todos vosotros. 

   2017, te pido que seas bueno, y que me llenes tanto como lo hizo el 2016. Solo eso.

domingo, 11 de diciembre de 2016

¿Libertad de prensa? ¿Eso se come?



Dogan Tiliç y Baltasar Garzón reciben su obsequio conmemorativo. Félix Prieto, Lucía. (Salón de Actos de la Universidad, Paseo del Parque; 2016).


   Como estudiante del Grado en Periodismo (UMA), tuve la suerte de asistir el pasado jueves 1 de diciembre a la entrega del VII Premio Internacional de Libertad de Prensa Universidad de Málaga. El galardonado en esta edición fue Dogan Tiliç, corresponsal de la Agencia EFE en Turquía y profesor de la Universidad Técnica de Oriente Medio en Ankara. Este informó a todos los presentes de la crítica situación del periodismo en su país, que posteriormente comentaré. Además, el acto contó con la participación del jurista Baltasar Garzón, quien corroboró dicha visión crítica de Tiliç y realizó una reflexión acerca de la libertad de prensa (y la libertad en general) del resto de países del mundo. 

   En primer lugar, Dogan comenzó hablándonos de cómo, desgraciadamente de forma frecuente, muchos periodistas turcos son encarcelados e incluso asesinados (aunque en la actualidad se reducen dichos casos de extrema violencia) por ejercer su misión: informar a la población de los hechos presentes con transparencia y veracidad. ¿Es esto admisible? Por supuesto que no. Día a día, nuestra profesión se ve amenazada, y principalmente en los países en zona de conflicto y gobernados por regímenes autoritarios, que limitan el acceso a la información en favor de sus intereses, atacando así a uno de los derechos fundamentales del ciudadano: el Derecho a la Información. 

   Es cierto que en estos países la situación es potencialmente más crítica que en los países occidentales, tanto en España y los países europeos, que por cercanía nos afectan de forma directa, como en el resto del globo. Por ello, la clasificación de Reporteros Sin Fronteras, como se sugirió en el acto, debería dividirse en dos; ya que, al mismo tiempo de que en estos países subdesarrollados o conflictivos la libertad de prensa es un bien prácticamente inexistente, no se debe olvidar cómo, en múltiples ocasiones, los demás países también ven afectada su capacidad de decisión a la hora de publicar informaciones o sugerir puntos de vista o simpatías en sus artículos. La censura informativa se aplica en todos los países, en mayor o menos medida, y no podemos relegar la cuestión de la falta de libertad de prensa en países avanzados a un plano inexistente.

   ¿Qué está pasando? Os preguntaréis. Muy sencillo. El capitalismo está pasando. La sociedad del dinero. Los medios de comunicación como siervos de los intereses de demoníacas empresas y conglomerados, y maquiavélicos políticos que, de forma enmascarada, controlan qué se publica y qué no. Informaciones parciales, opiniones vetadas, escapismo periodístico... Déspota doctrina del poder económico y político, que se apodera del sistema de medios. 

   La independencia de un medio reside en su independencia económica, y por ello me atrevo a afirmar que estamos perdidos. Puede que solo lo estemos momentáneamente. O quizás eso espero. Los métodos de financiación en los que se basan los medios, como el accionariado, en el que participan grandes conglomerados, y la venta de espacios publicitarios, no pueden consolidarse como la única forma de subsistencia de la empresa periodística. Debemos encontrar otra solución, eso está claro. Pero... ¿Dónde reside dicha pócima milagrosa?

   Quiero creer que en nosotros. En los ciudadanos de a pie que consumimos información día tras día, sea cual sea el soporte de difusión de esta; en las organizaciones de periodistas a nivel mundial, como Reporteros Sin Fronteras, e incluso a nivel nacional, regional, local y cualquiera de las divisiones territoriales que se correspondan con el sector periodístico más cercano. Ya lo advertía Tiliç:"los periodistas somos más débiles al alejarnos de las organizaciones que nos unen”; asegurando que, para enfrentarse a dichos problemas, "organizarse es la palabra clave”; hablando desde un sentido más humanitario, potenciando la lucha contra la censura. 

   No obstante, desde un punto de vista económico, creo necesario ayudar a la producción  y difusión de mensajes periodísticos fieles a la realidad mediante pequeñas aportaciones económicas, suscripciones... Pagar por la información de calidad, por aquello que necesitamos y reivindicamos, sería sin duda lo justo; no buscar el ahorro y la gratuidad, que parece ser lo único que se premia hoy en día. El buen periodismo no es barato, y si lo exigimos, hemos de favorecer que sea posible.

   Por tanto, a mi parecer, no podemos exigir una información de calidad, veraz y comprometida, si nosotros no contribuimos a que esto ocurra. Lo mismo sucede en la política. Seguramente estaréis hartos de escuchar que uno no puede quejarse de la situación de un país si no ha intervenido en la vida pública, si no ha luchado para que sean escuchadas las verdades que se ocultan, para que se propongan y aprueben medidas más justas para el conjunto de la sociedad, si no ha votado a las formaciones que defienden sus ideales, dejando que gane el lado opresor y desfavorable (según su propio juicio); pero es cierto. Corroborando la opinión que Garzón manifestaba en su discurso, "la indiferencia siempre ha sido la mejor aliada de todos los males que han asolado el mundo, y ciertamente somos los únicos responsables”. No dejemos que la desaparición de la libertad de prensa sea uno de ellos.

sábado, 10 de diciembre de 2016

El significado de la literatura


Literatura en las calles. Félix Prieto, Lucía. (Madrid, 2016).

Para Carmen Matillas, profesora de Lengua y Literatura Castellana


La literatura es más que un texto,
es brisa, es cantar de jilgueros, es un batir de alas.

La literatura es más que palabras:
son testamentos en los confines de lo eterno,
son sentimientos encontrados y reflejos de lo oculto,
de lunas que brillan,
de nubes que se disipan,
de estrellas apagadas y sueños estrellados.

El poeta es más que un sujeto, es un reflector;
y sus versos, el espejo del alma.
Alma atormentada, incandescente, refractada,
oscura; pero a la vez iluminada.
Alma de lo olvidado...
O quizás no olvidado, pero sí ausente.
Ausente en un sentido figurado.
Desaparecido en un bosque de libros,
encontrado en fulgurantes ojos lectores.

Leer... Qué forma más bonita de volar;
y el lápiz y el papel, nuestras alas.
Necesarias para escapar de una monótona realidad
que nos retiene,
que nos encarcela,
y nos encuentra entre barrotes inamovibles.

Leer... Qué huida tan apacible,
qué descanso tan esperado,
qué suspiro de alivio suspendido en nuestro cielo.

Y aprender a leer, a escribir, a imaginar, a soñar...
¡Qué belleza la enseñanza de las letras!

Opresión y dictamen del sistema



Encerrada en la cárcel del sistema. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

Me veo, pero no me reconozco.
Observo mi silueta en el espejo, pero esa no soy yo.
Qué he hecho yo conmigo
Qué ha hecho el sistema conmigo.

La curva más bonita de mi cuerpo
Ha pasado a ser una mueca de dolor en vez de una sonrisa.
Mis ojos, que una vez tornaron esperanzados, ahora están llenos de penumbra.
Es por eso que no me veo. 
O que me veo, pero no me reconozco.

Quién nos enseña a querernos en este barullo opresor...
Nadie.
Nadie nos ha animado nunca a abrazar cada imperfección de nuestro cuerpo.
Nadie nos ha dicho que somos perfectas tal y como somos.

Porque, para ellos, la perfección es otro mundo diferente y paralelo.
La perfección es un saco de huesos.
Es una piel pálida infraoxigenada, 
Un hueco entre las piernas,
Unos pómulos marcados...
Pero también una sonrisa rota,
Una mirada congelada,
Un corazón frío, 
Una muñeca de porcelana.

Y nosotras, ilusas y consternadas,
Nos unimos a esa búsqueda de la perfección inexistente,
Sin saber que estamos firmando nuestra sentencia de muerte.
Haciendo todo lo posible, sin saberlo, para matarnos lentamente.
Y es triste que a veces eso sea lo que buscamos.
Un punto final a todo este sufrimiento.
Un sufrimiento inducido y normalizado.
Un sufrimiento con el que hemos de acabar; 
Pero no rindiéndonos, sino luchando.

Sueño con un sistema en el que desde pequeñas nos enseñen 
Que lo importante no es contar calorías o kilos, sino sonrisas. 
Que nuestra meta debe ser felices, y no ser delgadas. 
Que nuestros sueños estén enfocados en cosas más importantes que parecernos a esa chica "tan guapa" a la que todo el mundo admira.

Al fin y al cabo, si sucumbimos a lo que se nos impone, estamos dejándolos ganar.
Y somos nosotras las que debemos vencer en esta batalla.
Con los pies firmes.
Con la cabeza bien alta.
Y, sobre todo, queriéndonos; y con una sonrisa bien ancha.

viernes, 25 de noviembre de 2016

El heteropatriarcado y demás toxicidades


Libre expresión del cuerpo. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

   Hoy no vengo a ponerme filosófica, no. Hoy vengo a quejarme; pero, sobre todo, a deconstruir,. A formar. Me ha invadido el ansia combativa, y he decidido aventurarme a escribir sobre este tema, algo controvertido. Sí, soy feminista; que no feminazi (válgase la absurdidad del concepto). Y sí, hoy, 25 de noviembre, Día Contra la Violencia de Género, me dispongo a explicaros en qué consiste nuestro movimiento. Y a reivindicar nuestra lucha y nuestros ideales.

   En primer lugar, me gustaría empezar por definir la palabra feminismo. Según la RAE, el 'feminismo' se identifica como la "ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres" (definición bastante cuestionable, teniendo en cuenta que la Real Academia Española no es, ni mucho menos, una institución igualitaria, sino patriarcal; con semejantes personajes entre sus sillas como Pérez Reverte, del que me abstengo de comentar). El objetivo del feminismo no es conseguir la igualdad, no. El feminismo no es un movimiento que incluye a los hombres, no. El feminismo busca la liberación de la mujer de las garras del patriarcado. La elevación de su categoría inferior, y la adquisición de los mismos derechos que poseen y han poseído siempre los hombres. La eliminación de los micromachismos y opresiones que sufrimos las mujeres día a día. No buscamos equipararnos al hombre, no. Esto es solo la consecuencia de nuestra lucha. Buscamos ser reconocidas, no oprimidas, libres

   Me gustaría, a continuación, hacer un inciso en una de mis afirmaciones anteriores. "El feminismo no es un movimiento que incluye a los hombres". El feminismo es un movimiento creado por y para las mujeres; ergo los hombres no pueden apropiarse de nuestro movimiento. Faltaría más. No obstante, esto no quiere decir que no puedan apoyarnos, que no posean nuestra ideología. Al contrario, toda ayuda es bienvenida; y es especialmente importante que los hombres, que se encuentran dentro del colectivo opresor, sean conscientes de dicha desigualdad y luchen sin combatirla. Pero los hombres no son "feministas", son aliados. Parece ser que ciertas personas de influencia no entienden dicho concepto (lo cual es bastante común entre la población masculina):




No, perdonad, no sois feministas. No es vuestra lucha. Me autocito: 

"Un hombre siempre va a relegarse a un plano secundario a la hora de hablar de feminismo. Su papel es el de deconstruirse, entender, apoyar. Un hombre no puede ser feminista porque no sufre la opresión; y mantiene los privilegios que oprimen a las mujeres aunque no esté de acuerdo".

   Y sé que esta última frase va a causar cierto desacuerdo entre los varones. "Pero es que las mujeres también tenéis otra clase de privilegios y no nos quejamos", "exigís igualdad de derechos cuando luego la custodia de los hijos siempre os la lleváis vosotras", "si un hombre denuncia por violencia que le ha sido ejercida por parte de una mujer no pasa nada; sin embargo, si es el hombre el que agrede a la mujer, acaba en la cárcel casi sin pruebas"; y otras reclamaciones masculinas (y a veces no solo de ellos), que, permitidme la osadía, deberían ser calificadas de absurdas. Creo que es oportuno apuntar que el hecho de que los jueces otorguen la custodia de los hijos a las mujeres, no es más que otra de las imposiciones de una sociedad machista en la que la mujer está destinada a cuidar a sus descendientes, ya que "ha sido creada para ello" (bastante refutable que esta sea una de las misiones más importantes de la mujer). Y si la justicia defiende más a las mujeres en los casos de violencia del género contrario (sí, como si solo existieran los géneros binarios, menuda elección de término más incompleta), "será por algo". No hay más que ojear los datos de nuestro país referentes al pasado año (no he querido fijarme en estadísticas del presente año, debido a que aún se encuentra inconcluso): 


Fuente:  Portal Estadístico, Delegación del Gobierno para la Violencia de Género

   El 016, número de atención a víctimas de violencia de género, registró una cifra de aproximadamente 82.000 llamadas. Una pasada. Encabeza la lista la Comunidad Autónoma de Madrid, con 14.275 llamadas, seguida de cerca por mi "querida" Andalucía, comunidad en la que se realizaron nada más y nada menos que 12.366 llamadas; según los datos que nos ofrece dicha entidad gubernamental.

 

Fuente:  Portal Estadístico, Delegación del Gobierno para la Violencia de Género

   Además, se realizaron 129.193 denuncias, la mayoría de casos de forma directa por parte de la víctima; e incluso mediante intervención policial. Y ahora atreveos a degradar al feminismo, a decir que somos "unas exageradas", a pensar que el machismo "no es para tanto". Claro que es para tanto.

   Me resulta curioso el artículo El privilegio femenino, de una página denominada blog masculinista (bonito nombre; nótese la ironía), que pone en relieve este sentimiento lastimoso que tanto caracteriza a la población masculina machista. Reivindica que las mujeres somos, en ciertos aspectos, más libres que los hombres. Que ellos no pueden llorar, que tienen que ser valientes, demostrar su hombría... Y ciertas tonterías por el estilo. Vamos, que nos echan la culpa a nosotras de los diferentes estereotipos de género que la misma sociedad heteropatriarcal a la que pertenecen y defienden impone. Menuda ironía.

   Permitidme deciros que esto no son privilegios: privilegios son los vuestros. Privilegio es recibir un sueldo justo en relación con la cantidad de trabajo que realices. Privilegio es que se tengan en cuenta tus ideas independientemente de tu género. Privilegio es poder acceder a cualquier puesto de trabajo o estatus social sin ser cuestionado por tu género. Privilegio es poder volver a casa tranquilo por las noches, sin pensar que en cualquier momento puede aparecer un hombre y asaltarte por la calle. Privilegio es que no te encuentres constantemente en peligro de acoso o violación. Privilegio es que, si además resultas ser víctima de una violación, no te acusen de que "ibas provocando". Privilegio es poder mostrar tu cuerpo como desees y que no se te juzgue por ello. Privilegio es que no se crea que tu principal misión en la vida es criar a unos hijos que quizás ni siquiera quieres tener. Privilegio es que no se te sexualice por jugar a videojuegos. Privilegio es que no se cuenten chistes en contra de tu género. Privilegio es que no se te considere el "sexo débil", sino simplemente una persona con fuerza y potencial, capaz de superar cualquier adversidad. Y así podría redactar una lista infinita, pero creo que ha quedado bastante claro.

   Queremos, bueno, más bien, necesitamos que se eliminen dichos privilegios. Necesitamos ser libres. Pero necesitamos concienciar a toda persona de que el feminismo es una ideología válida, justa y necesaria. Este movimiento es una crítica, pero no solo a vosotros, hombres de la sociedad. Sino al sistema. Un sistema que nos oprime y rechaza, que nos degrada y considera inferiores. Un sistema que nos juzga y nos cohíbe. Un sistema dominado por el machismo, por los estereotipos de género, la heteronorma; y muchas otras ideologías que excluyen, infravaloran y discriminan a todo tipo de colectivos, no solo al nuestro. Y donde, además, la población califica de absurdo, extremista o innecesario el movimiento feminista.

   ¿Sabéis? Sueño con el día en el que todo el mundo entienda que ser mujer no es ser inferior. Que no somos débiles, delicadas, histéricas, protestonas, mandonas, y todos aquellos adjetivos peyorativos que se utilizan normalmente para calificar a las mujeres. No, no somos princesas. Somos guerreras. Y como luchadoras, vamos a reivindicar nuestros derechos, Vamos a acabar con el patriarcado. Suena utópico, sí; pero me gusta (y quiero) creer en ello. Sonreid, que sí se puede.

domingo, 13 de noviembre de 2016

El poder de valorar las cosas


Cerrados atardeceres. Félix Prieto, Lucía. (Playa de la Misericordia, Málaga, 2016).

     Resulta irónico, a la par que triste, lo poco que valoramos todo lo que poseemos. Y no, no hablo solo de las insignificantes cosas materiales de las que hacemos objetos imprescindibles; como nuestro teléfono móvil, prolongación de la propia existencia. Hablo de aquello junto a lo que nos levantamos cada día, materializado en forma de palabras, sonidos, e incluso personas. Pero las personas no se poseen. Las personas, además, son libres de permanecer a tu lado; y día tras día mantienen su elección. Se mantienen contigo. Y eso es lo que, principalmente, más me entristece de esto: que somos incapaces de valorar a quienes están ahí... Hasta que se van. Y se van para no volver.

     A veces damos por supuesto que una persona va a permanecer a nuestro lado pase lo que pase, y obviamos la necesidad de demostrarle que queremos que lo haga. Poco a poco, descuidamos la relación (ya sea amorosa, de amistad...) porque la damos por sentada. Y eso... Es uno de los mayores peligros. El hecho de no valorar lo que tenemos constituye unos de los peores defectos de la Humanidad. No, no estoy exagerando. Una vida no es nada sin aquellos a los que queremos, que nos dan energía cada día, que nos apoyan y nos quieren de vuelta. Si los perdemos, estamos perdidos.

     Da vértigo pensar, al mirar a alguien a los ojos, que puede ser que esa sea la última vez que esté ahí; o que con el tiempo ese reflejo en sus pupilas empiece a verse difuminado, y desaparezcas. Que desaparezcas tú a la vez que él o ella desaparezca de tu vida. Y te entra un miedo terrible a perderlo todo. Claro, ahora que eres consciente de que todo aquello en lo que crees puede desvanecerse de un momento a otro. Solo así te permites valorarlo y protegerlo. Quererlo, y demostrar lo que lo quieres. Es trágico ser consciente de que todo funciona así. Demasiado.

     Y ahora dime que no te ha pasado. Dime que no ha sido el punto de inflexión en el que te das cuenta de que estás perdiendo a alguien cuando te da por demostrar lo que lo necesitas. Permíteme decirte que te equivocas, aunque creo que eso ya lo sabes. Que las cosas no se demuestran de un día para otro, y que uno no aprende a confiar a raiz de míseras palabras.

     No obstante, siempre asoma un rayo de esperanza. Siempre existe esa persona que te hace querer creer que va a ser capaz de demostrar las cosas, porque al fin y al cabo sabes que las siente. Quizás no solo sea problema de la gente. Quizás el problema sea tuyo, por no considerar nada suficiente. Por esperar más de lo que la otra persona puede darte. Por creer que todo va a salir bien siempre, y si no, no está destinado a ser. No todo es así, no todo tiene por qué ser blanco o negro, "también existen las tonalidades grises".

     ¿Qué nos queda? Os preguntaréis. No nos queda otra que confiar, confiar en que algún día vamos a sentirnos valorados, queridos... Tanto como creemos que merecemos. Porque, como diría Stephen Chbosky: "Aceptamos el amor que creemos merecer"; cuando, realmente, lo que esperamos es que alguien nos quiera más de lo que merecemos. Menuda ambición más absurda y contradictoria, ¿no es cierto?

martes, 1 de noviembre de 2016

Metafóricamente hablando

     

Conocer a una persona es leer un libro. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

     ¿Sabéis? Me he dado cuenta de que cada persona es un libro. Sí, con sus letras, sus páginas, sus escritos, sus significados. Con el doble sentido de sus párrafos. Las enseñanzas de vida transmitidas a quien se adentra en el mar de dudas que siembra con su historia. Los personajes que protagonizan las hazañas, sus experiencias vividas con un toque de tinta e impresión. El olor a nuevo o añejo de sus contraportadas. La magia de sus palabras. El éxtasis que provoca en el lector que decide adentrarse en lo desconocido de su crónica anunciada. 

   Apreciamos la portada del libro cuando nos lo presentan. Muy lúdico, muy gráfico. Muy superficial. Aquí formulamos los famosos prejuicios, las primeras impresiones sobre una historia que desconocemos. Aquí... Actuamos con soberana estupidez. Se nos ha advertido habitualmente que no debemos juzgar un libro por su portada, y creedme cuando os digo que esta es una de las afirmaciones que se cumple en casi la totalidad de los casos. Un libro puede no parecernos atractivo, bonito, interesante, en un primer vistazo; sin embargo, al ojear sus páginas y leer por encima algunas de ellas, nos damos cuenta de que quizás tenga algo que ofrecernos. Y es que es tanto lo que perdemos por nuestra manía de ignorar la inmensidad de las memorias ajenas...

    Empezamos a conocerla. Leemos el prólogo de su historia. Puede cautivarnos, puede desanimarnos. Incluso puede hacer que desaparezcan nuestras ganas de profundizar en él. Nos hace replantearnos si merece la pena invertir nuestro "valioso" y limitado tiempo en algo en lo que no confiamos. No importa, queda mucho más por analizar. Continuemos. Arriesguémonos a leer un libro que no nos atrae demasiado. Quién sabe si acabaremos devorando sus páginas. 

     Pasamos al primer capítulo. ¡Vaya, si parece que al final va a estar interesante! Comenzamos a conocer a los agentes que intervienen en este relato vital. Se presenta. Nos cuenta sus gustos más superfluos. Como los ojos de color claro, los libros, la escritura, la poesía. Qué sé yo, el sonido del mar. Pero no es suficiente, queremos saber más. Necesitamos saber más. 

     Continuamos avanzando en el cautivador diario, y nos damos cuenta de las mil y una puertas ocultas que hay en cada habitación recóndita. Nos da miedo abrirlas. Claro que nos da miedo. Todo lo desconocido nos provoca siempre un profundo terror irremediable. Pero sabemos que queremos hacerlo. Y solo entonces, conforme escuchamos el relato de lo invisible, sabemos que ha merecido la pena. Entendemos cómo le gustaba el sonido del mar porque le hacía trasladarse a tiempos remotos en lo que todo parecía fluir de forma constante y tranquila, antes de que la tormenta irrumpiera y tornara la marea hacia lo caótico. La atracción incurable por el color claro de los ojos, pues estos son el espejo del alma, y reflejaban la pureza de un alma inundada por amor. O quizás los libros, la literatura... Su salvadora, su terapia. La evasión de su turbio desastre.

     Es, y me atrevo a afirmar, algo mágico el hecho de conocer verdaderamente a una persona. Adentrarnos hasta lo más profundo de su cueva, donde habitan las sombras con las que convive. Ver reflejados en sus páginas todos sus miedos, inquietudes, sueños, frustraciones, ilusiones... El brillo del que se le inundan las palabras al hablar sobre algo que le apasiona, la corrida de tinta de sus letras cuando sus palabras lloran.

     Una persona es poesía, es verso, es metáfora... Es arte. Y como tal, merece ser admirada. Al igual que le ocurre a un lector con su libro. Porque siempre, cuando acabe de leer la última página de su historia, mirará con nostalgia hacia el pasado. Y se saltará el epílogo. Porque sabe que ese libro está inacabado, incompleto; y que aún le quedan mil y una facciones que descubrir. Nunca se conoce del todo a una persona, al igual que no se percibe enteramente el significado de un libro. Quizás eso sea lo bonito: la magia de lo oculto.